viernes, 23 de septiembre de 2011

CAPITULO 2


Se sentía bien de poder ayudar a Dave en compensación por lo que estaba haciendo por ella en aquellos momentos. Le había facilitado un sitio en el que dormir y en el que dejar sus cosas hasta que volviera a establecerse. Y ya que él había rechazado cobrarle una renta de alquiler, lo menos que podía hacer era echarle una mano en la oficina.

Estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta hasta que estuvo en medio de la sala de espera que habían llegado un hombre y una mujer. Ambos parecían perdidos.

¿Tanto tiempo había estado bajo la ducha? No, no era posible: el calentador de agua caliente no duraba tanto tiempo. Así que o los clientes habían llegado antes de tiempo o no los esperaba. ¿Sabría Dave que estaban allí? Quizá hubieran entrado sin llamar a la puerta.

-¡Hola! ¿Puedo ayudarlos?

El hombre se giró para mirarla. Por el modo en que la observaba, era evidente que no confiaba en que pudiera hacerlo. No era de extrañar. Con aquellos pantalones anchos y sucios y el pelo cubierto con la toalla, no tenía el aspecto de la eficaz secretaria que se suponía que iba a ser durante ese día.

Especialmente en comparación con el elegante traje que llevaba el recién llegado. Don Elegante era alto, ancho de hombros, con el pelo oscuro y un perfil que parecía esculpido por algún maestro del Renacimiento. Su mirada era altiva.

-Nos ha pillado ocupados con otras cosas. No esperábamos su visita.

-He llamado justo antes de llegar -dijo él cortante.

Aquella voz era profunda y fría. Combinaba a la perfección con su aspecto.

Seguramente habría avisado a Dave de su visita justo después de que ella se metiera en la ducha.

Estudió a don Elegante y a la mujer que lo acompañaba. ¿Quién llevaba hoy en día aquella enorme pamela negra con un velo? ¿Las viudas? ¿Las estrellas de cine?

-¿Te importaría acompañarlos hasta mi despacho? -dijo Dave desde la cocina.

(Tu nombre) dio un paso atrás y con un gesto exagerado invitó a la pareja a dirigirse hacia la parte trasera de la casa, donde Dave había convertido uno de los dormitorios en un despacho.

Todo estaba tan desordenado como el día anterior. Como siempre, Dave había dejado el maletín en una de las dos sillas reservadas a los clientes. (Tu nombre) lo quitó de allí y apartó los libros de leyes que había sobre la mesa para dejar espacio libre.

El día anterior le había dicho a Dave que debería arreglar el dormitorio principal, que actualmente era una pequeña biblioteca, para que al menos cupiera un escritorio. Él le había contestado diciendo que los clientes que a él le interesaban no eran los que se preocupaban por el orden de su despacho. (Tu nombre) había decidido no volver a mencionar ese asunto.

Dave apareció con tres vasos de plástico llenos de café humeante. Así era Dave, se dijo, sin ninguna intención de impresionar.

Se preguntó qué pensaría don Elegante y lo miró de reojo.

-Dave, quizá tus invitados quieran leche y azúcar con el café -sugirió (Tu nombre).

-Sé que a Bill le gusta así el café, pero no sé si... -dijo Dave dirigiendo la mirada hacia la mujer con la pamela.

-Leche fría, por favor -dijo ella-. No sería capaz de beberlo tan caliente.

-¿Te importa ir por la leche, (Tu nombre)? -le pidió Dave-. Pero primero os presentaré. Él es Bill...

-Smith -dijo don Elegante.

(Tu nombre) seguía observando a Dave mientras él miraba intrigado a la misteriosa mujer de la pamela. Alguien que no lo conociera no se habría dado cuenta, pero a (Tu nombre) no la podía engañar. Era evidente que el cliente de Dave no había dicho su nombre real. ¿Cómo un hombre como aquel iba a llamarse Smith?

-Encantada de conocerlo, señor Smith -dijo (Tu nombre)-. E imagino que usted es la señora Smith, ¿me equivoco?

-Venga, Bill -dijo Dave-. Ella es mi hermana (Tu nombre). Me está echando una mano hoy porque mi secretaria está enferma.

Don Elegante miró de arriba abajo a (Tu nombre). Nunca antes se había sentido tan cohibida como en aquel momento, lo cual era ridículo. Sólo porque aquel hombre vistiera un impecable traje hecho a medida no le daba derecho a juzgar tan descaradamente su aspecto.

-Voy vestida de esta manera para que nuestros clientes delincuentes se sientan como en casa. Iba a ponerme mi traje de presidiario hoy, pero está en la tintorería. Y ahora si me disculpan, iré por la leche.

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